Carta al niño que llevo dentro

He tenido el gusto de escribir algunos artículos sobre niños y de niños en su día, y me pareció algo ridículo escribir sobre una carta que un adulto dirigiera a un niño y más sobre si ese niño es él mismo, sin embargo, soy atrevido.

“Recuerda  aquellos bonitos días que nos divertíamos en el festejo del día del niño en la escuela primaria Valentín Gómez Farías, todo era alegría ese día, los compañeros del Turno Matutino ya habían salido y por más que se dio prisa nuestro conserje llamado Nieves, no pudo con tanta basura en el inmenso patio para nuestros ojos, como un acto raro, todos llegamos puntuales, se nos festejaría nuestro día y obtendríamos un suculento regalo (los de 4° año, teníamos de compañero a un joven llamado Marino que era hijo del fundador de las sabrosas nieves ‘El Popo’ y nos había dicho “mi papá traerá los carritos de nieve”).

Una maestra preguntó que si alguien conocía los mesones donde vendían la fruta, yo acompañaba todos los días a mi papá y los conocía perfectamente, mi encomienda fue de ir por los melones,  regresé  en una camioneta con 300 melones, los que bajaron en unos enormes huacales, ahí los esperaban todas las maestras y los niños de 6° grado, que en esos años eran muy grandes de edad, había muchachos de hasta 18 años.

Cada melón se partía en dos, se le quitaban las semillas y se rellenaba de nieve de chocolate o vainilla, lo cual era un estupendo y delicioso regalo del día del niño, una vez que nuestro regalo estaba en nuestras manos  lo podíamos saborear en nuestro querido patio, pasamos un bonito día, como olvidar que en esa época todas las tardes jugábamos hasta el agotamiento o hasta que se volara nuestra pelota de esponja en el lado sur del Jardín de Guadalupe, nunca nos enteramos que se llamaba Jardín Porfirio Díaz, y aquella temporada de verano  que nos pasamos en la bici rodeo de nuestro amigo Juan, dando vueltas al Jardín de San Marcos, que le pedíamos al cielo, si éramos niños, nos juntábamos en una palomilla, jugábamos hasta el anochecer, sin importar si teníamos hambre, sed, si nuestra ropa estaba remendada o con agujeros, si la usábamos 3 días seguidos, si los zapatos de alguien estaban rotos o no, solamente nos importaba el seguir siendo niño.

Eran otros tiempos y tal vez éramos niños buenos, sin malicia, sin envidia, sin presunción, sin egoísmos, con mucha nobleza, nuestra única malicia, querer  vernos en los ojos de Lupita -. También quiero que recuerdes que de niño, participaste en los festejos del  IV Centenario de la Ciudad y junto con tu grupo declamaron el poema de los 4 Barrios precisamente en los jardines de los 4 barrios y fuiste el solista en San Marcos con el poema que has adoptado, llamado Un  Jardín en Primavera, donde gritaste que te sentías  “un poco poeta” y creo que lo creíste, porque lo sigues sintiendo, aunque a decir verdad, creo que bastante malo.

Por último, quiero decirte que hasta hoy, ha sido un verdadero gusto acompañarte en todas tus correrías y juegos de niño, aplaudirte por tus amigos (tu amistad eterna con tu  gran amigo Horacio el macueco), por tu lealtad a tus ideas, por tus demonios vivos y vencidos, por tu timidez de niño y  porque nunca has claudicado a ninguno de tus sueños que nacieron siendo un niño”.

Por: Rosalío Villalobos Reyes